La nave

La nave
La nave de los locos

martes, 9 de abril de 2013



SARITA DE ORO Y DE VIOLETAS
José Barroso

Para Sara Montiel in memoriam, con mi respeto y admiración.

          Enero de 2004 no termina de desperezarse. Cansado de leer a Walter Benjamin decido tomarme un descanso y encender el televisor. Hago zapping: los canales regionales, los canales nacionales, los canales de comiquitas, los canales musicales, los canales religiosos, los canales… Me detengo. Frente a un panel de periodistas de la prensa del corazón española está ella, Sara, Sara Montiel, con su puro en la mano, con sus ojotes llenos de luz, su sonrisa pícara y esa belleza con la cual los años no podrán. Porque Sara es eterna, bonita, divina, pues.
-¡Dios, qué hizo ahora la gran Sara!- exclamo y le doy todo el volumen al televisor, al tiempo que aguzo la mirada. Sara siempre con sus escándalos, siempre dando de qué hablar, por eso no morirá jamás. Cómo va a morir una mujer que se casa hoy por amor a un hombre y se divorcia mañana por amor a un hijo anoréxico; que se casa hoy con un cubano cuarenta años menor y mañana lo deja porque éste tiene un amigo que no es amigo sino amiguíiiisimo. Cómo. A ver.
En el plató (como le dicen los españoles al estudio de televisión) los periodistas le lanzan a la diva muchas preguntas a la vez. Sara no responde, sólo esboza una sonrisita de niña mala.
-¿Pero qué hizo?- grito desesperado.                                
Nada. Que Antonia, como le dicen los íntimos, ha salido fotografiada en las revistas bañándose en una tina. No sola, eso sería un escándalo pasajero y Sara sabe cómo escandalizar. Ha salido metida en la tina con un hombre y una mujer (parece responderme un periodista). Ooooh (exclamo yo).
-¡Eso es un montaje!- así dicen los periodistas españoles cuando un artista arregla todo, es decir, monta un teatro, para salir en la prensa del corazón y poder seguir vivo en el mundo del espectáculo.
-Que no es un montaje, que me han pilla´o los paparazzis- dice la gran Sara a la periodista que ha lanzado la acusación.
-Pero qué importa si es un montaje- intervengo yo.
Claro, qué importa si es mentira, qué importa si Sara lo ha creado todo para que se hable de ella. Lo importante es que Sara nos entretiene a todos con sus amores, con sus malcriadeces de artista, y es que a una artista como ella debe celebrársele cualquier cosa, porque Sara es Sara, ¡coño!
Pero quién se atreve a negar que gran parte de la obra de Sara es precisamente esa: la performance, como diría un especialista en artes; o el brollo, como diríamos por estas resolanas. Qué aburrida sería la vida de los españoles sin Sara, y para nosotros también, porque estoy convencido de que ella ha sido la gran inspiración de Lila Morillo. Sí, de Lila, no ponga esa cara que lo kitsch tiene el encanto de toda pasión. Para mí Lila es una hermosa prolongación de la Montiel, y también es una gran artista de la performance, y canta tan bonito su cocotero que nos hace sentir orgullosos de tenerla. La Montiel y la Morillo… Dios, ahora es cuando me doy cuenta… hasta apellido maracucho tiene la Sara. Ah, ya entiendo todo, por eso Lila y Sara son tan parecidas (aunque una sea tan blanca y la otra tan exquisitamente guajira). Claro, es que Sara es el oro que se llevaron los españoles. ¿Y Lila, qué es Lila, uno de los espejitos que nos trajeron? Nooo. Lila es… ¡El Dorado!
Comerciales. Voy a la cocina y me preparo un sándwich de mantequilla de maní y mermelada. Cuando vuelvo el programa no se ha reiniciado. Retomo la lectura de Walter Benjamin, pero no leo ni dos líneas porque aquí está Sara nuevamente, con su sonrisita de niña traviesa. Ahora le pide perdón a la amiga que insultó en ese mismo programa, hace unos meses, porque opinó sobre sus amoríos con Tony, el cubano. “Sí, esto de la tina es otro montaje”. Parece pensar María Patiño, una de las periodistas. “Otro montaje, como toda su vida”.
Yo miro la imagen de María Patiño y pienso: Pero déjenla, déjenla que nos entretenga, que nos haga reír  con sus montajes. Qué vivan los montajes si son para alegrarnos la vida.
María Patiño pregunta, dulce y venenosa al mismo tiempo. Luego pregunta Carmele, ácida, siempre ácida, inmisericorde. Sara habla de cualquier cosa, pero nunca responde a las preguntas. Los periodistas le recriminan su juego y ella sonríe como Candy Candy. Los periodistas preguntan nuevamente todos a la vez. Nada se entiende. Comerciales. Recuerdo que debo buscar el libro de Theodor Adorno para cotejar algunas notas que escribí en sus márgenes con otras que escribí en el libro de Walter Benjamin. El libro no aparece. Al fin lo encuentro. ¡Por el Santo Copete de El Puma! Qué hace Theodor Adorno con los libros de Harry Potter.
Cuando vuelvo, ya Sara se ha ido. Me he perdido el final, y todo por culpa de los necios de Benjamin y Adorno. Nadie me manda a estar leyendo a gente tan complicada, con lo interesante y entretenida que es la revista Hola.
La silla que ocupaba la Montiel ahora es ocupada por un actor que maltrataba a su ex esposa. Un montaje, no hay dudas de que es un montaje, pero no como los de Sara. Ningún montaje será como los de ella, porque ella es la reina del escándalo, solo ella (y Lila, por supuesto) sabe cómo promocionarse, cómo llamar la atención, cómo hacernos reír, reír, reír, hasta la incontinencia.
Seguro Sara estará de vuelta la próxima semana con un nuevo amor, o contando sus intimidades con maridos muertos, poniendo el mundo de cabeza, anunciando un compromiso con un cantante de Operación Triunfo o con el domador, el enano o el hombre bala de un circo. Y aquí estaré yo, en esta orilla del Atlántico, diciéndole, con unos versos robados al poeta Miguel James: “Sarita, Sarita tú eres bien bonita”.
Enero de 2004

sábado, 2 de abril de 2011


SILENCIO, QUE ESTÁ COMENZANDO LA NOVELA
José Barroso

"Queda así descrito... cómo valiéndose de sus raras artes y sus malas mañas, el Mago de la Cara de Vidrio se instaló a juro en nuestro apartamento, transformándolo en una zona de cataclismos."                                                                                             
                                                                         Eduardo Liendo. El Mago de la Cara de Vidrio.




Durante los años noventa, me negué rotundamente a ver televisión; en cambio, me dediqué a la lectura de manera obsesiva. Leía novelas, libros de cuentos, poemarios, libros de filosofía, historia y arte, además de todos los periódicos y revistas que podía. A medida que iba terminando los libros iba incluyendo sus títulos en una lista. A veces la lista, que cerraba a fin de mes, incluía hasta veinte títulos. Y yo me sentía tan orgulloso de mi productividad lectora que presumía de ella en toda reunión.
Pero finalizando la década llegó a vivir a mi casa una amiga que trastocaría mi costumbre. Al principio ambos nos sentábamos en la sala, cada uno con un libro, y ahí estábamos leyendo, fumando y comentando las obras, muchas veces hasta altas horas de la madrugada. Éramos tan felices, hasta que un día esta amiga llevó una visita a la casa.
-Va a comenzar la novela –dijo de pronto la visita–, vamos a verla. ¿Dónde tienen el televisor?
-¿El televisor? -le respondió mi amiga- No, aquí no tenemos televisor.
-Quéééé –exclamó la visita, entre sorprendida e indignada-. ¿Ustedes no tienen televisoooor? –interrogó luego, haciéndose la que había escuchado mal. Entonces mi amiga le respondió con un gesto de cabeza negativo.
-Pero, chica, yo no sabía que estabas viviendo en estas condiciones-  le espetó la visita a mi inquilina antes de despedirse presurosa.
-Qué vergüenza- dijo mi amiga entre dientes.
            Yo pensé que se sentía avergonzada ante mí por el comentario de su visita, pero no, a los pocos segundos fue más explícita:
             -Qué pena con mi amiga. Qué irá a decir de nosotros por ahí. Ella tiene toda la razón. Qué persona medianamente normal puede vivir sin un televisor en su casa. Mañana mismo me busco uno, si no me voy a quedar sin amigos por tu culpa.
 No supe de dónde sacó mi amiga aquel televisor gigantesco con el que llegó a casa la tarde siguiente.  Era un aparato de los años ochenta,  de madera, sin control remoto, y de colores saturados, de esos que traían de Margarita cuando Luis Herrera decretó la televisión en colores. No me acuerdo si hasta tenía una ruleta para seleccionar los canales. Lo cierto era que mi amiga estaba feliz. Ya había mejorado su “condición de vida”.
A partir de entonces ella llegaba del trabajo y se encerraba en su cuartico (donde, por consideración a mí, instaló el electrodoméstico), a ver las telenovelas para tener de qué hablar con su círculo social. A veces salía a tomar agua y, camino a la cocina, me miraba con nostalgia mientras yo desgastaba mis ojos en algún libro de Vargas Llosa o Milan Kundera.
Una noche, mi amiga salió de su cuartico y me propuso que la dejara instalar el artefacto en la sala porque “ese cuartico es muy incómodo, muy caluroso”. Me lo dijo con una vocecita tan tierna que no tuvo que rogarme mucho.  Lo único que le pedí fue que lo mantuviera con un volumen moderado que me permitiera concentrarme en mi lectura. 
Durante las primeras semanas, mientras mi amiga veía sus telenovelas, yo me sentaba de espaldas al televisor a disfrutar de mi lectura. Cuando pasaban comerciales ella me preguntaba qué estaba leyendo y yo le contaba las aventuras de mis personajes de ficción. Entonces se emocionaba, pero al rato me pedía:
-Silencio, flaco, que ya comenzó la novela.
Yo me sentía herido con aquella orden, y en represalia me burlaba de su preferencia por aquellos dramones manidos. Mi amiga escuchaba impasible mis comentarios y luego espetaba:
              -Pero tengo calidad de vida y muchos amigos con quien comentar las desgracias de Florecita del Valle.
              Ahí era donde yo más me reía. Quién en este mundo puede llamarse Florecita del Valle.
              -Nadie, flaco -me dijo una noche-, así como nadie puede llamarse Madame Bovary. Esa es la magia de la ficción, mientras más imposible es el nombre de un personaje más real nos parece este. ¿O es que has conocido a alguien que se llame Remedios la Bella?
            Ay, tenía tanta razón que me dejó mudo y lleno de odio hacia ella. 
Pero fueron aquellas palabras las que  hicieron que otra noche, en el momento en que mi amiga se encontraba en la cocina, mi mirada buscara en la pantalla del artefacto el rostro de alguien que gimoteaba. Cuando mi amiga regresó, según sigue contando hasta el día de hoy, me encontró trémulo y sudoroso, llorando por las desgracias de Florecita del Valle.
-Tranquilo, flaco, tranquilo -me dijo abrazándome-, qué bueno que decidiste cambiar tus condiciones de vida.
 Y ambos nos sumimos en un profundo sollozo.


Abril de 2011

sábado, 18 de diciembre de 2010

Postales de Narragonia IV



En Santa Ana de Coro, luego de las lluvias, hubo quienes sacaron sus jardines de paseo.

sábado, 16 de octubre de 2010

EL SÍNDROME DE GILDA BARRETO*
José Barroso.






No existe en nuestra sociedad nada más subversivo que la telenovela, sobre todo la tradicional o rosa, esa donde hay una muchacha muy pobre o muy débil (ambas cosas, inclusive), que es humillada por una mujer rica o poderosa (ambas cosas, inclusive también) que, por supuesto, es malísima (la villana, no la novela). Casi siempre esta pérfida mujer tiene un cómplice que es muy perverso y, por añadidura, es su amante oculto, pero este desea obcecadamente a la muchacha pobre y débil que está enamorada del muchacho bueno, el cual  vive, igualmente, a mano de este dúo las más viles injusticias.
¿Pero qué tiene ese culebrón de subversivo? Debe ser su pregunta. La respuesta a su interrogante es sencilla. Es subversiva nuestra telenovela porque la pobre y débil muchacha, luego de vivir la más grande de las tropelías, se rebela, huye del pueblo o de la casa del muchacho rico, no sin antes jurar vengarse. Años más tarde, como siempre dice el generador de caracteres, la muchacha retorna convertida en una gran dama, que nadie reconoce porque se pintó el pelo y, aquí sí viene lo verdaderamente subversivo, despoja a la rica malísima del poder,  la fortuna y el marido, el muchacho bueno de la historia. Pero eso no termina ahí, porque en el capítulo final, la antigua mujer rica y poderosa  enloquece, es encarcelada o se cae por un acantilado mientras intenta lanzar a la muchacha buena al vacío. Por su parte el villano al intentar salvar a su amante se lanza al mar desde el acantilado sin percatarse de que abajo lo esperan aguas infestadas de hambrientos tiburones.
¿Comprende usted ahora mi planteamiento? Entonces prosigo. Los venezolanos, y los latinoamericanos en general, seguimos apegados al melodrama de herencia cubana, a la fórmula de Caridad Bravo Adams,  Felix Caignet o Delia Fiallo, porque hemos vivido por siglos oprimidos, reprimidos y  deprimidos, eso nos hace ver en la telenovela una imagen especular o una metáfora de nuestra realidad. Nos identificamos con la muchacha pobre y débil porque todos, hombres y mujeres, hemos sido en algún momento humillados como ella, tal vez por una mala malísima y un remaluco, o quizás por un portero de bar, una cajera de banco o supermercado, un mesonero, o por cualquiera que crea tener el poder de su parcela, un poder pendejo, pero poder al fin. Y nosotros como somos tan educados no decimos nada, contamos hasta diez respirando pausadamente, luego llegamos a casa y admiramos a esa protagonista que dice al retornar: “Aquí estoy nuevamente, lista para la revancha. Haré llorar lágrimas de sangre a esos cretinos.” La admiramos porque hará en la ficción lo que nosotros nunca haremos en la realidad, y porque en el capítulo final será feliz puesto que no quedarán villanos sueltos por ahí. Por ese capítulo final es que todos permanecemos hasta un año husmeando en la vida de la muchacha débil. Aunque todos sabemos lo que pasará, debido a que ya lo hemos visto en la telenovela anterior y en la otra y en la  otra, con ese capítulo drenamos nuestra frustración, porque la venganza de la muchacha que creíamos débil la hacemos nuestra, y experimentamos un enorme goce.
            Al término de ese capítulo sentimos un gran vacío, posiblemente porque queremos ver a la muchacha disfrutar del amor, de la riqueza y del poder, pero entendemos que la novela debe llegar hasta ahí porque de continuar tal vez aparezca una nueva muchacha pobre y débil, la cual se enamorará del muchacho bueno y rico…  y a estas alturas ya sabemos quién es la mujer rica y poderosa de la novela. Entonces la culebra se mordería la cola.
               

Gilda Barreto: nombre de la protagonista de la telenovela Como tú ninguna, protagonizada por Gabriela Spanic. Gilda Barreto vivió en la ficción todas las humillaciones posibles, sufrió todos los accidentes y padeció todas las enfermedades, pero al final fue feliz con su galán.


Octubre de 2010

jueves, 5 de agosto de 2010

GRIMORIO

Esta noche, siento la casa bambolearse. Corro al balcón. Es extraño. A pesar de la oscuridad, más intensa de lo habitual, observo texturas mucosas envolviendo las calles -que se han arqueado-, los edificios, los escasos árboles. Entonces salgo. Camino calle Falcón abajo, paseo Talavera abajo, hasta desembocar en la Catedral, que suena como un corazón. Cruzo la plaza Bolívar y me enrumbo hacia el Mercado Viejo para verlo envuelto en ovillos de pelambre parda. Esta ciudad ha vuelto a convertirse en un gato. Esta ciudad tiene abierto su libro de seretón, ojalá nadie se lo vaya a cerrar.

Microcuento ganador del 1er lugar del Concurso de Microcuentos del Diario Nuevo Día.

lunes, 10 de mayo de 2010

Postales de Narragonia III











Si estás de visita en la ciudad de Coro o vives en ella y no encuentras alternativas expositivas que ver, visita el mercado municipal, seguro encontrarás, entre las frutas o tras las legumbres, obras pictóricas de artistas anónimos. También encontrarás instalaciones que ni en los grandes salones de arte del país. FELIZ DÍA DEL ARTISTA PLÁSTICO.