José Barroso
SE VENDEN BROLLOS (Y SE PONEN
AMPOLLETAS)
Muy temprano llegaba Neco Garcés a la parada, compraba en
el quiosco los periódicos y, después de tomarse un guayoyo y comerse un par de
empanadas, se sentaba en un banco a leer las noticias. Luego le comentaba lo
leído a los que iban llegando: estudiantes somnolientos, maestros ansiosos de
que llegara la quincena, obreros que se desayunaban con humo de cigarro, gente
sonriente que decía: “Buenos días”, y seguía carialegre, así nadie le
respondiera su cortesía, y también gente mal encarada que empujaba con furia a
quien se interpusiera en su camino cuando, al cabo de una hora de espera,
llegaba, al fin, una camionetica Mapegadaro.
Aunque nadie le prestaba atención a las narraciones
noticiosas del pobre Neco Garcés, éste no se desanimaba, continuaba hasta que
se le agotaba el repertorio y entonces apelaba a las, llamadas por él,
“noticias endógenas”, que no eran más que los chismes del vecindario. Ahí sí
que tenía éxito. Nada más con decir, por ejemplo, “¿esa que va ahí no es la
pretenciosa de la Yisnexis?”, conseguía la atención de tres o cuatro personas
que lo miraban con ojos de culebra en celo, porque sabían que venía algo
candanga, algo que los haría exclamar: “Mírenla, pues, y tan seriecita que se
veía la Yisnexis!”. Dígame si decía: “¿Y aquel a quién saldría con ese tumbaíto,
con lo mujeriego que es el papá?” Las miradas se multiplicaban porque sabían
que venía un bombazo que los tendría todo el día murmurando: “Ah mundo, se
perdió esa cosecha”.
En una ocasión, un vendedor de películas piratas que
escuchaba sus comentarios le preguntó: “¿Y eso es verdad?”. A lo que él
respondió: “Así no lo sea, mijito, con algo tengo que entretenerme”. El
vendedor de recordó un cuento que habían ido comentando días atrás, en la
camionetica donde él iba, dos estudiantes de Literatura de la Universidad “Francisco
de Miranda”. El cuento trataba acerca de alguien que vendía palabras. También
vino a su memoria una película brasileña en la cual una mujer se ganaba la vida
escribiendo y vendiendo cartas. Aquellos dos recuerdos le dieron una gran idea.
“Vamos a vender tus chismes y nos metemos un billete”. “¿Quién te dijo que yo
soy chismoso? Yo lo que soy es comentarista vecinal”.
Pero tanto insistió el vendedor de películas piratas que
Neco aceptó el negocio y a la mañana siguiente instalaron en la parada una
mesa, de esas que usan los que alquilan teléfonos celulares, con un cartel que
decía: Se venden brollos y se ponen ampolletas. “Si nos va mal con una cosa nos
bandeamos con la otra”. Le explicó Neco Garcés a su ayudante, quien, como
encargado de la publicidad de la empresa, estuvo todo el día repartiendo
volantes en la parada y dentro de las busetas. La publicidad ofrecía: A un
módico precio le inventamos el chisme que necesita para desprestigiar y
destruir al vecino, al rival, al jefe, al compañero de trabajo, al que le quitó
el puesto, al que está en el cargo que usted quiere, a quien le quitó a la
mujer o el marido… y a quien a usted le cae mal, por puro gusto.
Lo cierto es que poco a poco comenzaron a llegar los
clientes. Ya en la tarde era extensa la cola de personas a las que no les
gustaba el chisme, pero las entretenía. Fue tanto el éxito del negocio que
llegaba gente de todo el país. La cola ya más bien parecía una de Mercal.
Los chismes que más solicitaban eran los llamados “de
cama”, los cuales contaban quién se acostaba con quién, quién le montaba los
cuernos a quién o quién era sodomita… gay, pues. Neco y su ayudante ofrecían un
combo que contenía el chisme y un folleto con las instrucciones de cómo
difundirlo. Estas instrucciones contemplaban desde los sitios donde debía
comenzar la difusión hasta las palabras precisas con las que se debía iniciar
el rumor: “No se lo digas a nadie”. “No me vayas a vender”. “A mí no me
consta”. “Por ahí se dice”. “A mí no me lo creas”.
Ser el blanco de un chisme se convirtió, de pronto, en un
símbolo de estatus, por aquello de que “no importa que hablen bien o hablen mal
de mí, pero que hablen”. Entonces la gente comenzó a ir al negocio de Neco
Garcés, que ya se había convertido en una franquicia, para que le crearan su
propio chisme. El hombre cada vez se hacía más y más rico. Pero un día le
sobrevino la desgracia. Llegó el gobierno, el Seniat, para ser exacto, y le
cerró la empresa porque no tenía los papeles en regla y no pagaba impuestos. Por
si fuera poco el socio le robó todos los cobres. Pero Dios no podía ser tan
injusto con él. De tanto inventar y contar chismes, a Neco Garcés le creció la
lengua a tal punto que ahora se gana la vida puliendo con ella las piedras de
la zona colonial.
¿Mentira? Claro que es mentira, pero yo también tengo
derecho a inventar un brollo.
Marzo de 2010
ja ja ... saludos
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